En Járkov, los misiles siguen matando a civiles
Serguéi exhaló su último aliento en la veranda de su casa, un apartamento en la primera planta de un edificio de Járkov, la segunda mayor ciudad de Ucrania, blanco de bombardeos mortales casi diarios por parte de Rusia.
Desde la calle, a través de los cristales rotos, solo se ve el rostro de su madre, Nadezhda Aleksandrova, compungido por el dolor.
Pero a sus pies yace el cuerpo inerte de Serguéi, como si durmiera, si no fuera por la sangre que empieza a secarse alrededor de su cara pálida.
Tenía 38 años y fumaba junto a la ventana cuando un obús cayó a pocos metros, en el jardín de enfrente, en medio de los junquillos.
"La ventana se rompió y lo vi tendido en un charco de sangre", cuenta la madre, de 68 años, ahogada por el dolor. "Le dije que debíamos irnos. Me contestó que debíamos quedarnos", agrega.
Tres hombres llegan para llevarse el cadáver. Lo envuelven en una sábana con un estampado floral, que queda rápidamente empapada por la sangre de Serguéi, y lo suben a una furgoneta.
Después se limpian las manos con jabón antiséptico de olor afrutado y cierran las puertas del vehículo.
- Un bebé muerto -
El presidente ruso Vladimir Putin anunció la retirada de las tropas de la región de Kiev y del norte de Ucrania, para concentrar sus fuerzas en el este del país.
Járkov, en el noreste, es escenario casi a diario de bombardeos mortales.
El viernes, un equipo de AFP acudió al barrio de Industrialnyi, blanco de numerosos ataques, a solo 22 kilómetros de la frontera rusa.
Diez personas murieron, entre ellos un bebé de siete meses, y 35 resultaron heridas, según las autoridades locales.
Los restos todavía humeantes de tres misiles son todavía visibles: dos están plantados en el suelo, cerca de un inmueble residencial, y el último se encuentra en una papelera no muy lejana.
Alrededor de una decena de cráteres del tamaño de un balón de fútbol son todavía visibles en la zona que la AFP pudo ver durante una breve visita. En una plaza, cerca de un banco, unos regueros de sangre recuerdan el drama.
Volodimir Jyrnov, de 54 años, explica haber auxiliado a una mujer herida, de la que luego se hicieron cargo los socorristas. No sabe si sobrevivió a sus heridas.
"Estas manos salvan gente", dice, recordando cómo utilizó su cinturón y un trozo de su camisa para frenar la hemorragia.
Su rostro denota todavía conmoción cuando se acerca para encajar la mano de un periodista de la AFP antes de apartarla. Acaba de darse cuenta que siguen manchadas de sangre.
- Encomendarse a Dios -
Tras las explosiones, un hombre llega en coche, tratando de secar el parabrisas con un trapo antes de reparar los faros con un trozo de cinta adhesiva.
En un parque infantil cercano, un tobogán está lleno de impactos. Los habitantes comparan los trozos de obús que han caído en sus casas. Alrededor, todas las ventanas están reventadas.
Serguéi Belov, de 40 años, también fumaba en su ventana cuando cayó un proyectil. A diferencia de su vecino y tocayo, pudo escapar por los pelos de la metralla.
Los vecinos de este edificio no tienen muchas otras opciones que encomendarse a la suerte. El sótano del inmueble no es suficientemente sólido para esconderse.
No podemos más que "rezar para que las bombas no caigan encima", lamenta Serguéi.
(S.G.Stein--BBZ)